viernes, 30 de mayo de 2008

Los armarios de mis tías

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Querido Hugo:
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Aquí andamos de nuevo, volví recordando con nostalgia, sin saber nunca a qué recóndito rincón de la memoria me llevarán hoy las palabras. Juego a la improvisación, a la espontaneidad, esa, que casi perdemos al crecer, pero que en este mágico espacio, está intacta, quizá por eso escribo, por retenerla, por reflejarme en su inmenso espejo que aún, el paso de los años mantiene cristalino, eso sí, subida a mis zapatos de tacón, con ese halo de inocencia y sensualidad que exhala el alma en alguien que en el fondo, sigue siendo una niña.
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Las habitaciones, los armarios de mis tías, eran mágicos. Tenían la costumbre de pegar postales de otros países en el interior de las puertas, y así yo sabía de esos lugares lejanos y maravillosos. Guardaban trajes con vuelos fruncidos en la cintura, tacones de punta fina, de los años sesenta, pintalabios, rímel, pestañas postizas, bolsos llenos de sorpresas.
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Cuando me adentraba en sus territorios, había que vigilar que no estuvieran muy cerca. Yo aprovechaba cuando salían a la ciudad, para registrarles el armario.
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Una vez con el permiso de tía Elvira, -esta vez lo hice bien-, me puse un vestido que me quedaba por los pies y salí al jardín, me sentí como Cenicienta bailando con el príncipe, como Aurora (la bella durmiente), cuando está en el bosque cantando con los pajarillos, como Nicole Kidman en la fotografía de arriba. Fue una tarde de cuento, era el jardín de Alicia, yo era Alicia y giraba, giraba y el traje despegaba del suelo conmigo dentro, mirando al cielo, junto a las adelfas en flor y el gran eucalipto donde mi abuelo colocó el palomar.
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¡Qué tarde querido Hugo, que tarde aquella!.
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3 comentarios:

Hugo Izarra dijo...

No eran armarios, Penélope,
eran máquinas del tiempo.

Julio Obeso González dijo...

Ya decía yo que Hugo me sonaba: La máquina del tiempo, eso es, la entrañable máquina del tiempo. Antes sabía todas sus ubicaciones, qué armarios, cabinas, alcantarillas, eran entradas o salidas (no funcionan nunca en ambos sentidos); ahora apenas viajo, utilizo como medio de transporte los espejos, sí, tristemente no es lo mismo, se parece mucho a cambiar el inconfundible asma de una Harry Davidson, por la histeria de una motocicleta. ¿Disculpas?: Más que razones; las espirales es lo que tienen, son cárceles de máxima seguridad, diseño y utilidad a prueba de quimeras.
Me acuerdo perfectamente de tus tías, Ana, y es hora de que sepas la verdad. Les prometí no contártelo hasta que estuvieras preparada. Hoy “las voces”, me advirtieron de tu escrito, ya sabes cómo son, lacónicas, muy profundas o graves cuando hacen lo que más les gusta: Avisar.
-“Ha llegado el momento, ella empieza a recordar”- Sinceramente, no me sorprendieron. Una parte de la misión es seguirte a distancia, hurgar en ti con la discreta paciencia del más grande de los conjurados: Philip Marlowe. Ya sé que no lo hice del todo bien, que me mostré más de lo que las cláusulas aprueban, pero no soy el guardaespaldas que fui. Así que sabía de la proximidad de este instante, los síntomas del código Landa son inconfundibles:
-A: Nostalgia
-B: Confusión
C: Escribir
No te alarmes, muchos las llaman “postales”, sólo los iniciados, a partir del segundo anillo, sabemos que son tickets. Elvira y sus hermanas pasearon por París, subieron la torre de Londres, se perdieron por Nueva York (¡qué fantástica anécdota!). En Transilvania, no, ése lo cogieron en un descuido al bueno de Bram Stoker, enamorado de la condesa Erzsébet Báthory, que le llenaba la cabeza de pájaros o más bien de vampiros. Cada objeto en los mágicos armarios (………………… perdona, no puedo evitar que me haga gracia)vinieron de las tiendas de Montmartre , de los zocos de Estambul. Siempre hay que tomar algo en lo visitado, cuando ya no alcanza la memoria, esos pequeños iconos nos ayudan a regresar.
Supongo, a estas alturas, ya habrás adivinado que realmente fuiste Alicia, Aurora (lo siento, no teníamos otro príncipe más a mano). Giraste y bailaste en la tarima encerada del jardín, con luces, adelfas; desbocado el corazón, rítmico el momento. Fuiste nuestro orgullo, pequeña. La hija, la hermana, la ilusión, que siempre quisimos tener. Esta es la realidad, yo no volveré a hablarte de ella. Si quieres saber más, tendrás que vigilar las ventanas. Las próximas indicaciones llegarán con las palomas de tu abuelo, el esgrimista genial que se enfrentaba al dolor con un sable.
Dile a Hugo que guarde mejor los secretos o le quitaremos el primer anillo.
Desde siempre y hasta el fin, mi beso.
Julio

Víktor Gómez Valentinos dijo...

Vaya, vaya...
¡cómo pude perderme esto!

Ahora paso de hurtadillas.
A veces hay palabras, relatos, susurros que abren puertas. A veces.

... aunque sé que ya no miraré igual un armario...

He de volver por aquí para contarte lo que dicen las perchas de los años insurrectos de la última infancia.

Tu Víktor