viernes, 29 de febrero de 2008

Penélope en la estación

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Estaba Pe, en su banco de pino verde, con su bolso de piel marrón entre las manos, estaba desesperada, empolvada, le caían telarañas del pelo, estaba cansada de esperar y ver pasar los trenes, pegada al banco, pooobre.
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Apenas Pe, si podía estirar las piernas, así que un día se quitó el traje de domingo, tiró a la papelera del andén ese antiguo y manido bolso, junto con el letrerito que pendía de su corazón con el nombre de su desaprensivo amado, y, eso sí, se dejó los zapatos de tacón, se colocó el traje más sexi y escotado de lentejuelas que encontró en las rebajas y aprovechando las vacaciones de semana santa, sacó billete dirección a las Bahamas.
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Se preguntaba cómo había aguantado tanto su abanico, verano tras verano y cómo sus ojos habían contemplado tantas veces caer las hojas de los sauces. Sin llorar, como él le pidiera, creyendo en su vuelta, sentada en la estación. ¡Pero será mentiroso el tío y yo infeliz!. Se acabó. Voy a escribir la letra de otra canción. El plomo era él. Era el amante ausente. ¡Menudo amante! "Volveré a por ti, decía...". Juro que no volveré más a dar pena.
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Así era yo. Para aburrir a los perros, esos cuyo eco aún resuena por las vías.


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