jueves, 13 de marzo de 2008

Los naranjos

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Qué éxtasis produce el azahar. Voy pisando flores con la punta del tacón, embriagada con el penetrante olor de los naranjos, mientras camino por la avenida que conduce al andén principal a esperar el tren de la primavera.(Siempre hay alguno especial que se detiene; aunque voy tarde).
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Iba ensimismada, seducida por el olor de estas sinuosas flores. Me decía que no haría más poemas con la palabra azahar o primavera, -esas cursilerías de poetas manidos y románticos-, y me pegruntaba para qué tanta flor por el suelo. Casi produce remordimiento pisar sus exóticos cálices, sus inmaculados pétalos, de hecho los voy esquivando mientras me digo: ¡písalos, písalos!, aunque más bien me apetecería coger un puñado de ellos y pasearlos por mi cuello, mis hombros, mi vientre. Colocarlos en mi pelo, dejarlos flotar en mi bañera, llenar los jarrones de mi alcoba con sus ramas...
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El otoño, su contrario, es otra cosa, produce más placer que remordimiento, pisar las alfombras ocres de hojas secas con zapatos de charol .
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Me respondo que el naranjo inventó este exacto aroma, indescriptible, único, por el solo motivo de la seducción, de los frutos, la reproducción. A quién no seduce la primavera, quién no siente unos locos deseos por desnudarse y exponer la piel al sol y a la brisa cálida de marzo. Al yodo y la sal del mar, a la paz de un lecho de trigo verde entre las primeras amapolas.
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Quién no siente unos deseos locos de seducción y ser flor por un día.

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