miércoles, 19 de marzo de 2008

La estación

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Cuánto tiempo desde la última vez que nos vimos. Fue en el rodaje de aquella película “La Trampa”. Desde entonces lo amo profundamente. El sabe que me encaramo tras la solapa de su chaqueta y que soy esa calima enamorada que producen sus ojos. Soy suya, pero no soy propiedad de nadie. El lo sabe, por eso el latido de mi deseo lo mimetiza en su corazón, dentro de la pitillera de plata que le regalé con el Peñón de Gibraltar.

Nos adoramos, nos tenemos, somos pasión, brasas encendidas cuando nos besamos. Sólo lo injusto del tiempo y las fronteras nos detienen. Los sueños ya nos han reconciliado.

El viernes su tren y el mío se detendrán en la estación de Saint-Lazare de París. El pavimento del andén será el primer peldaño a la felicidad.
Llega el tren, su pulso se acelera, camina buscando mi vagón hasta que mis curvas marcan la luz blanca de sus ojos. Desde la ventanilla, su silueta niebla aparece, se quita el sombrero. Me extiende los brazos, la megafonía anuncia la llegada. El encuentro.

El tacón negro avanza tembloroso. Asoma mi delgada pierna enfundada en unas medias grises con flores negras. Hace frío en París, sin embargo me arde el pecho bajo el abrigo y el clavel rojo del escote, se carboniza cuando me mira.

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1 comentario:

Víktor Gómez Valentinos dijo...

Bueno, aquí que corra el aire, por favor. Abrid la ventana. Esto empieza a parecerse bastante al luciferino Paraíso de los años 20.

Buenas noches.

Viktor