lunes, 31 de marzo de 2008

Yo estuve una vez en el cielo

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De pronto se me borra el presente, se desdibuja la realidad y recordando el pasado, me doy cuenta que sólo existo precisamente, en esa dimensión recóndita que moldeó el barro de mis ojos y así, distante, me dejo llevar por los aromas, texturas, colores y recuerdos de la infancia.
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Las vías del tren siempre cerca, la casa blanca rodeada de verde; árboles élficos, flores parlantes, caminos encantados y el lugar prohibido, salvaje, en el que jamás debíamos adentrarnos bajo ningún pretexto. La cocina siempre llena de aromas y latas de aceite, boniatos, patatas, jarras con leche... y gente entrando y saliendo, tan familiar ayer, como extraños o ausentes hoy.
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Por las mañanas muy temprano, cuando los perros comenzaban a ladrar y se desperezaban los gatos de mi abuela, ella me daba unas pesetas para el pan y otras cosillas que apuntaba por lo general, en aquel papel gris duro de los antiguos almacenes. Qué aventura atravesar el puente bajo el que el tren iba y venía de Cádiz a Jerez, de Jerez a Sevilla, qué blancas las mañanas y qué aire más limpio. ¡No te entretengas!, me decía. Yo, logicamente, no le hacía mucho caso.
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En el salón, el reloj marcaba contundente las horas con una alarmante campanada. Para qué servía el tiempo me preguntaba, sino para marcarnos de palitos el corazón. Sí el tiempo eran los días y las estaciones, aquella especie de letargo al sol de quién ignora la noche.
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Por entonces era un hogar habitado que comenzaba con sus éxodos, su partidas. Por eso puedo decir que yo estuve una vez en el cielo, antes que las ventiscas y los desarraigos aparecieran, antes que todo aquel mundo desapareciera, yo transité ese lugar y me lo traje, como un equipaje indispensable para la superviviencia en los desiertos posteriores, los desengaños, las roturas de los espejismos y el terrible aislamiento e insoportable soledad de ser, fuera de aquella casa que fue hogar y piel, abrigo y libertad.
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Antes de que todo eso aconteciera, me traje en el viejo cofre, las estampas azules de los sueños y el recuerdo de las blancas calas que emergían entre sus holgadas y verdes túnicas y las matas de fresas parlanchinas que colmarían las primaveras aquellas y mis labios de felicidad.
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5 comentarios:

Julio Obeso González dijo...

Penélope Tacones, se parece mucho a una mujer que conozco. No digo que sea la misma, porque nunca lo somos y sin engaño, el día o la noche la casa o el camino nos dibujan distintos. Pero te asemejas lo justo para recordarla en ti. Alguna vez te habrá sucedido. Por ejemplo:
Digamos que por un solo gesto, eres capaz de adivinar y resumir toda la vida de un hombre, que toma café sentado en una terraza. (A mí me provocan las mujeres melancólicas, no sé, las entiendo hasta saberlas)No te equivocarás en nada. No hay mentalismo en ese acto: El ademán le ha puesto al descubierto. Viste antes en el andén de una estación, cómo aquel amor se desintegraba o al abogado que conducía su éxito, a cien kilómetros del hogar que no quería, adoptar aquella pose. Ya conoces mucho del hombre que toma café. Es un hombre torturado y por lo tanto solo, escapa del equilibrio de un despacho-casa-hijo-soledad-despacho. Además gesticuló así justo cuando pasabas: ¡Ah, qué buen dato! ¿Cómo ibas vestida? Recuérdalo porque volverá a ocurrir. Verás a otros hombres torturados-solos calcular en centímetros tus tacones, la fuerza del viento que elevó un palmo tu falda, la distancia exacta entre la carpeta y tu pecho y la mueca renacerá. Añadamos pues a “despacho-casa-hijo-soledad-despacho” –mujer satélite o casual-. Ahora ya tiene su cara. Los hombres con ese rostro no heredaron nada, se hicieron a sí mismos y se perdieron en algún lugar entre la terraza y el primer beso. No hay misterio, el detalle puede seguirse hasta el infinito de las vidas.
Esta página podría haberla escrito la mujer a la que me recuerdas. La estética, el pudor, la sinceridad; pero también lo servido en intuición, el guiño calculado. No me cuesta nada conectar a Penélope con el sur que me sorprende, el quejigo, la risa, los tacones de aguja, el cambio de agujas, la frontera y el jerez en labios consagrados, lo femenino, la ermita, los brotes que el amor espera, el abrazo, la confidencia, la tristeza enferma del otoño, el alma puesta a prueba en lienzos pintados con palabras, latir, latir encendido de rabia, de pena, impotencia y llovizna cuando caen sobre el compañero, el hombre bueno, las tardes de parque, las uvas, las heroicas arañas, el azahar en la mesa, la voz que acorta la distancia.
Mañana hablaré con ella, no es extraño pero sí infrecuente hallar un alma gemela.
Besos a las dos.
Julio

Hugo Izarra dijo...

No me des las gracias.
Me gusta como escribes.

Hugo Izarra dijo...

¿Ya no hay más?

Hugo Izarra dijo...

Parece que no

penelope tacones dijo...

Hugo: Con el permiso de Julio te contesto que sí habrá más.Gracias por tu interés y apoyo. Estoy acostumbrada a ver pasar muchas veces el tren del tiempo, en blanco, nada más, pero volveré aunque parezca lo contrario.
Siento que sea así, pero tú como escritor entenderás que estos lapsus ocurran.

Besos con mucho cariño.