viernes, 20 de junio de 2008

Piedrecitas al tren

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¡ Piedreciiiitaaaaas allll treeeennnn!
A su sonido estridente
por los raíles zumbando.



Era verdad que los raíles zumbaban, hasta cuando el tren se alejaba, seguían zumbando. Cantaban y brillaban como un arcoiris plateado, señalando como flechas, el camino hacia otros lugares. Respondía a mis preguntas; sólo tenía que lanzarle unas pequeñas piedrecillas y los raíles plata, contestaban.


Nunca me atreví a lanzar piedricitas al tren, salvo unas pequeñitas, pequeñitas que casi no se notaran, que fueran como una pluma, un suspiro lanzado al bardo. Me gustaba verlos a su paso junto a nuestro hogar; ¡Qué viene el tren, correr, correr, pasa rápido, veámoslo pasar!


Los trenes de antes sonaban distinto. ¿ A dónde iban?, me preguntaba sentada en la tierra mientras transitaban a diario junto a casa. Yo vivía arriba, el tren pasaba siempre por debajo de mi vida, por debajo de mi puente, por debajo de mi árbol. Mi árbol era una enorme carroza con ramas altas y yo vivía también en el centro del árbol. Antes fue un palomar, por eso era mágico, hablaba el lenguaje de las aves y las estaciones. El árbol cantaba o susurraba, según la intensidad del viento, o lloraba y gritaba, si había lluvia o tormenta.


Conducía la carroza un gran caballo pío (blanco con manchas marrones), que era la rama más gruesa y crecía horizontal con respecto al resto. Me colocaba unas faldas verdes hechas con ramas de palmeras y los tallos de las flores eran las varitas mágicas que me trasportaban al país del gato rayado. En mi mundo, poseía muchas cosas hoy perdidas, que a veces recupero atravesando el armario, traspasando el espejo de Alicia, entonces, todas vuelven a existir y abrazo a aquella niña encaramada en el gran eucalipto.


Pues como iba diciendo, esos trenes llevaban pasaje de otro tiempo, maletas descoloridas, personajes fantasmas, niños de los años cincuenta, sesenta, la mayoría no subían a primera o preferente, muchos de ellos jamás dejaron el tren. Vestían desaliñados, como visten los niños de los países que acaban de padecer una guerra.
Niños que a pesar de su pobreza, estaban llenos de vida, de sueños, de energía, de ganas de salir adelante. Yo conocí a muchos de esos niños que ahora son grandes arboles, frondosos, mágicos y maravillosos, como tú. Otros, jamás pasaron de ser un tallo.


Nunca me contó mi abuelo, que tiempo atrás, muchos niños en Alemania, sería en tren, el último viaje que hicieran, supongo que sería porque yo era muy pequeña para conocer esas noticias. Después lo supe y no daba crédito a lo oído, lo leído o visto en televisión.





1 comentario:

Julio Obeso González dijo...

Cuando temblaba la tierra y la arenilla se iba por el declive, era el momento. ¿Cuántas piedrecitas caben en una mano tan blanca? Dos caracoles paralelos dejan su memoria escrita hasta lo remoto, allá donde no alcanza la vista y sólo los ojos de la imaginación captan, las enormnes norias de las ferias, los refugios entre árboles y otros escenarios.
A su orden, al lomo de los vagones les brota una varicela de guijarros, que el tren sobrelleva con intermitente dignidad. Algunos, los más viejos, pulidos y rodados, abandonan en marcha (quizá por cansancio o porque realmente no necesitaban aquel viaje). La suerte a veces llegaba con una cosecha de azulejos. Verlos cabalgar hacia el horizonte, bajo la luz rabiosa del verano, alentaba la necesidad de partir con ellos, sin falta de permisos, sin la ropa incómoda de los domingos. La libertad era brillante, alta, efímera.
Cuando regresaba el tren, algunos jinetes anclados a su grupa, también volvían. (Nunca si llovía)
Yo les ponía nombre:¿Tú no?
Julio